Versión: Isaías Garde
El nombre del autor es lo primero en irse
seguido con obediencia por el título, la trama,
el desgarrador final, la novela entera,
que de repente se convierte en algo que nunca leíste,
algo de lo que ni siquiera oíste hablar,
como si, una a una, las memorias que solías hospedar,
hubieran decidido retirarse al hemisferio sur del cerebro,
a un pueblito de pescadores en el que no hay teléfonos.
Hace mucho que despediste con un beso los nueve nombres de las Musas
v viste a la ecuación cuadrática preparar las valijas,
y ahora mismo, mientras memorizás el orden de los planetas,
alguna otra cosa se está escapando, una flor nacional quizás,
la dirección de un tío, la capital de Paraguay.
Lo que sea que estés luchando por recordar,
no lo tenés en la punta de la lengua,
ni siquiera está escondido en un oscuro rincón del bazo.
Se ha ido flotando por un sombrío río mitológico
cuyo nombre empieza con L según podés recordar,
así es tu propio camino hacia el olvido donde irás a reunirte
con aquellos que no recuerdan cómo nadar ni cómo andar en bicicleta.
No es de extrañar que te levantes en mitad de la noche
para buscar la fecha de una batalla en un libro sobre la guerra.
No es de extrañar que la luna en la ventana parezca haberse desprendido
de algún poema de amor que solías conocer de memoria.
Forgetfulness
The name of the author is the first to go
followed obediently by the title, the plot,
the heartbreaking conclusion, the entire novel
which suddenly becomes one you have never read,
never even heard of,
as if, one by one, the memories you used to harbor
decided to retire to the southern hemisphere of the brain,
to a little fishing village where there are no phones.
Long ago you kissed the names of the nine Muses goodbye
and watched the quadratic equation pack its bag,
and even now as you memorize the order of the planets,
something else is slipping away, a state flower perhaps,
the address of an uncle, the capital of Paraguay.
Whatever it is you are struggling to remember,
it is not poised on the tip of your tongue,
not even lurking in some obscure corner of your spleen.
It has floated away down a dark mythological river
whose name begins with an L as far as you can recall,
well on your own way to oblivion where you will join those
who have even forgotten how to swim and how to ride a bicycle.
No wonder you rise in the middle of the night
to look up the date of a famous battle in a book on war.
No wonder the moon in the window seems to have drifted
out of a love poem that you used to know by heart.
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