Billy Collins - El problema con la poesía

Billy Collins - El problema con la poesía

(Nueva York, 22 de marzo de 1941)

Versión: Isaías Garde

El problema con la poesía, -me di cuenta
mientras caminaba una noche por la playa
con la arena fría de Florida bajo mis pies descalzos
y un espectáculo de estrellas en el cielo-

el problema con la poesía
es que estimula la escritura de más poesía,
más pescaditos atestando la pecera,
más conejitos
saltando desde sus madres a la hierba húmeda de rocío.

¿Y cómo termina todo esto?
a menos que finalmente llegue el día
en que hayamos comparado todo en el mundo
con todo lo demás en el mundo,

y no quede nada por hacer
sino cerrar en silencio nuestros cuadernos
y sentarnos de brazos cruzados ante nuestros escritorios.

La poesía me llena de alegría
y me eleva como una pluma al viento.
La poesía me llena de tristeza
y me hunde como una cadena lanzada desde un puente.

Pero sobre todo la poesía me llena
de urgencia por escribir poesía,
de sentarme en la oscuridad y esperar que aparezca
una pequeña llama en la punta del lápiz.

Y con esto, las ganas de robar,
de irrumpir en los poemas de otros
con una linterna y una máscara de esquí.

Y qué banda de ladrones infelices somos,
carteristas, rateros vulgares,
pensé
mientras una ola helada se arremolinaba entre mis pies
y el faro movía su megáfono sobre el mar,
y esta es una imagen que le robé directamente
a Lawrence Ferlinghetti
-y lo digo, para ser honesto por un momento-

el poeta ciclista de San Francisco
cuyo pequeño parque de diversiones en forma de libro
llevé de acá para allá en el bolsillo de mi uniforme
por las traicioneras aulas de la secundaria.

The Trouble with Poetry

The trouble with poetry, I realized
as I walked along a beach one night --
cold Florida sand under my bare feet,
a show of stars in the sky --

the trouble with poetry is
that it encourages the writing of more poetry,
more guppies crowding the fish tank,
more baby rabbits
hopping out of their mothers into the dewy grass.

And how will it ever end?
unless the day finally arrives
when we have compared everything in the world
to everything else in the world,

and there is nothing left to do
but quietly close our notebooks
and sit with our hands folded on our desks.

Poetry fills me with joy
and I rise like a feather in the wind.
Poetry fills me with sorrow
and I sink like a chain flung from a bridge.

But mostly poetry fills me
with the urge to write poetry,
to sit in the dark and wait for a little flame
to appear at the tip of my pencil.

And along with that, the longing to steal,
to break into the poems of others
with a flashlight and a ski mask.

And what an unmerry band of thieves we are,
cut-purses, common shoplifters,
I thought to myself
as a cold wave swirled around my feet
and the lighthouse moved its megaphone over the sea,
which is an image I stole directly
from Lawrence Ferlinghetti --
to be perfectly honest for a moment --

the bicycling poet of San Francisco
whose little amusement park of a book
I carried in a side pocket of my uniform
up and down the treacherous halls of high school.
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