Billy Collins - El Gran Poema Americano

Billy Collins - El Gran Poema Americano

Versión: Isaías Garde


Si esto fuera una novela

debería empezar con un personaje,

un hombre solo en un tren hacia el sur

o una jovencita en una hamaca junto a una granja.


Y las páginas, al pasar, te dirían

que eso ocurría por la mañana o en lo profundo de la noche,

y yo, el narrador, describiría

para vos las nubes misceláneas sobre la granja


y cómo estaba vestido el hombre del tren,

hasta la bufanda roja

y el sombrero que tiró en el portaequipaje sobre su cabeza,

y también las vacas deslizándose hacia atrás por la ventanilla.


A la larga - leer requiere su tiempo-

te ibas a enterar de que el tren llevaba al hombre

de vuelta a su lugar de nacimiento

o que se dirigía hacia lo vasto desconocido,


y vos soportarías todo eso

esperando con paciencia que empezaran a sonar los tiros

en el barranco donde el hombre se había escondido

o que una mujer alta, de pelo renegrído, apareciera por la puerta.


Pero esto es un poema, no una novela,

y los únicos personajes acá somos vos y yo,

solos, en una habitación imaginaria

que va a desaparecer al cabo de unas pocas líneas,


sin darnos tiempo para apuntarnos con pistolas

ni para tirar nuestra ropa en la chimenea rugiente.

Te pregunto: ¿quién necesita al tipo del tren

y a quién le importa lo que lleva en su valija negra?


Tenemos algo mejor que toda esa turbulencia

yendo a los tumbos hacia algún final desastroso.

Me refiero al sonido que escucharemos

tan pronto como yo deje de escribir y largue la lapicera.


Una vez oí que alguien lo comparaba

con el sonido de los grillos en un campo de trigo

o, con más sutileza, solo el viento

sobre ese campo, removiendo cosas que nunca veremos.


The Great American Poem


If this were a novel,

it would begin with a character,

a man alone on a southbound train

or a young girl on a swing by a farmhouse.


And as the pages turned, you would be told

that it was morning or the dead of night,

and I, the narrator, would describe

for you the miscellaneous clouds over the farmhouse


and what the man was wearing on the train

right down to his red tartan scarf,

and the hat he tossed onto the rack above his head,

as well as the cows sliding past his window.


Eventually —one can only read so fast—

you would learn either that the train was bearing

the man back to the place of his birth

or that he was headed into the vast unknown,


and you might just tolerate all of this

as you waited patiently for shots to ring out

in a ravine where the man was hiding

or for a tall, raven-haired woman to appear in a doorway.


But this is a poem, not a novel,

and the only characters here are you and I,

alone in an imaginary room

which will disappear after a few more lines,


leaving us no time to point guns at one another

or toss all our clothes into a roaring fireplace.

I ask you: who needs the man on the train

and who cares what his black valise contains?


We have something better than all this turbulence

lurching toward some ruinous conclusion.

I mean the sound that we will hear

as soon as I stop writing and put down this pen.


I once heard someone compare it

to the sound of crickets in a field of wheat

or, more faintly, just the wind

over that field stirring things that we will never see.


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