Anne Sexton - Deseando morir


Anne Sexton - Deseando morir
Anne Sexton, USA (1928-1974)


Versión: Isaías Garde

Ahora que lo preguntas, no puedo recordar la mayoría de los días.
Ando en mi ropa, sin que el viaje me marque.
Hasta que ese deseo casi innombrable regresa.

Aun así no tengo nada contra la vida.
Conozco bien las hojas de hierba que mencionas,
Los muebles que instalaste bajo el sol.

Pero los suicidas manejan un lenguaje especial.
Como los carpinteros, tratan de conocer sus herramientas.
Nunca se preguntan por qué construyen.

Dos veces me he develado con total simplicidad,
He poseído al enemigo, he comido al enemigo,
He asumido su oficio, su magia.

De esa manera, pesada y reflexiva,
Más caliente que el aceite o el agua,
He descansado, babeando por el agujero de la boca.

Nunca creí que mi cuerpo estaba sobre la punta de la aguja.
Incluso cuando la córnea y los restos de orina se fueron.
Los suicidas ya han traicionado al cuerpo.

Nacidos muertos, no siempre mueren,
Pero, deslumbrados, nunca olvidan esa droga tan dulce
Que hasta un niño al mirarla sonreiría.

¡Enterrar toda esa vida bajo tu lengua!–
Eso, por sí mismo se convierte en pasión.
La muerte es un hueso triste; amoratado, se diría,

Y sin embargo me espera, año tras año,
Para deshacer, con toda delicadeza, la vieja herida,
Para liberar mi aliento de su mala prisión.

En equilibrio allí, los suicidas a veces se encuentran,
Rabiosos con el fruto, con una luna hinchada,
Abandonando el pan que confundieron con un beso,

Abandonando la página del libro abierto al descuido,
Con algo sin decir, el teléfono descolgado
Y el amor, que sea lo que haya sido, fue una infección.


Wanting to Die

Since you ask, most days I cannot remember.
I walk in my clothing, unmarked by that voyage.
Then the almost unnameable lust returns.

Even then I have nothing against life.
I know well the grass blades you mention,
the furniture you have placed under the sun.

But suicides have a special language.
Like carpenters they want to know which tools.
They never ask why build.

Twice I have so simply declared myself,
have possessed the enemy, eaten the enemy,
have taken on his craft, his magic.

In this way, heavy and thoughtful,
warmer than oil or water,
I have rested, drooling at the mouth-hole.

I did not think of my body at needle point.
Even the cornea and the leftover urine were gone.
Suicides have already betrayed the body.

Still-born, they don’t always die,
but dazzled, they can’t forget a drug so sweet
that even children would look on and smile.

To thrust all that life under your tongue!–
that, all by itself, becomes a passion.
Death’s a sad Bone; bruised, you’d say,

and yet she waits for me, year after year,
to so delicately undo an old wound,
to empty my breath from its bad prison.

Balanced there, suicides sometimes meet,
raging at the fruit, a pumped-up moon,
leaving the bread they mistook for a kiss,

leaving the page of the book carelessly open,
something unsaid, the phone off the hook
and the love, whatever it was, an infection.


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