Versión: Isaías Garde
La verdad es que nunca me interesó el Himno Nacional.
Si lo pensás, no es una buena canción.
Demasiado aguda para la mayoría de nosotros,
con ese "rojo resplandor de los cohetes"; y además hay bombas.
(Siempre, siempre hay guerra y bombas).
Una vez lo canté en la fiesta de la escuela
y hasta hice desafinar a la obstinada banda de la secundaria.
Pero la canción no significaba nada, era solo
un llamado a la acción, algo que sacarse de encima
antes de los golpes de la juventud. Y están las estrofas
que nunca cantamos, la tercera, esa que dice: "ningún refugio
pudo salvar al mercenario y al esclavo". Tal vez, en realidad
cada canción de este país
tenga una tercera estrofa que no se canta, algo brutal
que serpentea en nosotros cuando entonamos ciegamente
las notas agudas mientras salpicamos con cerveza la tribuna
y esperamos que nuestro equipo gane. No me malinterpretes,
me gusta la bandera, me gusta verla ondular al viento, elemental, como en agua,
pero más todavía cuando está humillada,
puesta de rodillas, sostenida por alguien
que lo perdió todo; me gusta cuando no es un arma,
cuando vacila, cuando se pliega tan perfectamente
que podés guardarla hasta que la vuelvas a necesitar,
hasta que puedas amarla otra vez, hasta que la canción en tu boca
se sienta como un alimento, una canción cuyas notas sean cantadas
incluso por los bosques eternos, por las llanuras de pastos ralos,
por la garganta del Río Rojo, por el puñado de tierra
que queda sin envenenar; esa canción que es nuestra por derecho de nacimiento,
que cantamos en silencio cuando es demasiado difícil seguir adelante,
que suena como los dedos ásperos de alguien enlazándose con los de otro,
que suena como un fósforo que se enciende en una caverna infinita, la canción que dice
que mis huesos son tus huesos, y tus huesos son mis huesos,
¿y no alcanza con esto?
A New National Anthem
The truth is, I’ve never cared for the National
Anthem. If you think about it, it’s not a good
song. Too high for most of us with “the rockets
red glare” and then there are the bombs.
(Always, always, there is war and bombs.)
Once, I sang it at homecoming and threw
even the tenacious high school band off key.
But the song didn’t mean anything, just a call
to the field, something to get through before
the pummeling of youth. And what of the stanzas
we never sing, the third that mentions “no refuge
could save the hireling and the slave”? Perhaps,
the truth is, every song of this country
has an unsung third stanza, something brutal
snaking underneath us as we blindly sing
the high notes with a beer sloshing in the stands
hoping our team wins. Don’t get me wrong, I do
like the flag, how it undulates in the wind
like water, elemental, and best when it’s humbled,
brought to its knees, clung to by someone who
has lost everything, when it’s not a weapon,
when it flickers, when it folds up so perfectly
you can keep it until it’s needed, until you can
love it again, until the song in your mouth feels
like sustenance, a song where the notes are sung
by even the ageless woods, the short-grass plains,
the Red River Gorge, the fistful of land left
unpoisoned, that song that’s our birthright,
that’s sung in silence when it’s too hard to go on,
that sounds like someone’s rough fingers weaving
into another’s, that sounds like a match being lit
in an endless cave, the song that says my bones
are your bones, and your bones are my bones,
and isn’t that enough?
Publicar un comentario