Versión: Isaías Garde
En un minuto te estás haciendo el idiota,
rasgueando una raqueta de tenis como si fuera una guitarra
para divertir a un grupo de damas
y al minuto siguiente estás tirado en tu lecho de muerte,
con los brazos duros bajo las sábanas,
el cubrecamas apretándote el pecho.
O algo así me pareció el curso de la vida
mientras hojeaba las fotos
en Proust: los últimos años, de George Painter.
Acá aparece él en un partido de tenis, haciendo muecas a la cámara
y 150 páginas después, nada más que un rictus sobre una almohada,
y en el medio, una golosina que se sumerge
en una tasa de té con limón y es llevada a la boca.
Por eso, en vez de esperar
nuestra cita del próximo fin de semana,
voy corriendo a tu casa a las 7:45 de la mañana
esperando encontrarte a medio vestir-
imaginando cuál será la mitad sin vestir,
mientras me cruzo de carril sin darme cuenta-
con la consecuencia de que seremos alzados
por la urgente atracción de la carne
hacia un estado de fusión extática y vas a llegar tarde
al trabajo.
Y cuando estemos ahí acostados,
a la temprana luz que entra por la persiana,
sugeriré que lleves la biografía de Proust
de George Painter
a la oficina para que le muestres a tu jefe
esas fotos que te hicieron llegar casi a la hora del almuerzo;
él va a entender perfectamente,
porque me lo imagino como un hombre de letras,
tal vez incluso un devoto proustiano,
al menos, un compañero
enredado con el resto de nosotros en la misma espiral mortal,
o así me lo figuro desde el esperanzador
punto de vista de tu cama, cálida y desarreglada.
The Mortal Coil
One minute you are playing the fool,
strumming a tennis racquet as if it were a guitar
for the amusement of a few ladies
and the next minute you are lying on your deathbed,
arms stiff under the covers,
the counterpane tucked tight across your chest.
Or so seemed the progress of life
as I was flipping through the photographs
in Proust: The Later Years by George Painter.
Here he is at a tennis party, larking for the camera,
and 150 pages later, nothing but rictus on a pillow,
and in between; a confection dipped
into a cup of lime tea and brought to the mouth.
Which is why, instead of waiting
for our date this coming weekend,
I am now speeding to your house at 7:45 in the morning
where I hope to catch you half dressed—
and I am wondering which half
as I change lanes without looking—
with the result that we will be lifted
by the urgent pull of the flesh
into a state of ecstatic fusion, and you will be late for work.
And as we lie there
in the early, latticed light,
I will suggest that you take George Painter’s
biography of Proust
to the office so you can show your boss
the pictures that caused you to arrive shortly before lunch
and he will understand perfectly,
for I imagine him to be a man of letters,
maybe even a devoted Proustian,
but at the very least a fellow creature,
ensnared with the rest of us in the same mortal coil,
or so it would appear from the wishful
vantage point of your warm and rumpled bed.
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