Versión: Isaías Garde
Aunque el camino gire al fin
hacia la puerta ordinaria de la muerte,
y golpeemos en ella, listos
para entrar y se abra
con facilidad ante nosotros,
todo ese largo viaje
lo habremos hecho encadenados,
nutridos con las manzanas del conocimiento
agrias y plagadas de larvas.
Probamos otros alimentos que la vida,
como una granjera caritativa,
nos ofrece al pasar-
pero nuestras bocas están crispadas,
nuestras lenguas sucias de ceniza.
No es la alegría lo que perdimos-
el fuego salvaje arde
en la oscuridad o en el brillo como quiere.
Lo que perdimos
es la común felicidad,
el pan sencillo que podríamos comer
con la antigua manzana del conocimiento.
Aquella -que aunque a veces nos irritaba,
era segura, ácida,
a veces deliciosa…
La manzana cenicienta de estos días
brotó de un suelo envenenado. Somos prisioneros
y debemos comer
nuestra ración. Encadenados a lo largo
del camino, aunque, después de todo,
lleguemos ante la puerta ordinaria de la muerte, mientras el tiempo
sonríe con su ordinaria sonrisa
de antaño.
Prisoners
Though the road turn at last
to death’s ordinary door,
and we knock there, ready
to enter and it opens
easily for us,
yet
all the long journey
we shall have gone in chains,
fed on knowledge-apples
acrid and riddled with grubs.
We taste other food that life,
like a charitable farm-girl,
holds out to us as we pass—
but our mouths are puckered,
a taint of ash on the tongue.
It’s not joy that we’ve lost—
wildfire, it flares
in dark or shine as it will.
What’s gone
is common happiness,
plain bread we could eat
with the old apple of knowledge.
That old one—it griped us sometimes,
but it was firm, tart,
sometimes delectable …
The ashen apple of these days
grew from poisoned soil. We are prisoners
and must eat
our ration. All the long road
in chains, even if, after all,
we come to
death’s ordinary door, with time
smiling its ordinary
long-ago smile.
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